Fuimos a comer al
Café Frida, en el 368 de Columbus
Ave. Habíamos estado comprando pantalones en una tienda cercana a Central Park.
David había llegado el día anterior, yo regresaba el siguiente, y lo mejor que
podíamos hacer era tomarnos un burrito.
Recuerdo más
detalles de la tienda de ropa que de la larga y minuciosa conversación de media mañana por Riverside. Hablamos de su tesis, de mi viaje, bromeamos, me remató
algún cigarro. El sol iba y venía entre los edificios.
Creo que nos
atendió una camarera. La mesa era pequeña, de madera, y estaba pegada a la
ventana. El hambre de la caminata hizo que engulléramos la comida. Probablemente bebíamos
cerveza directamente de la botella cuando me soltó lo de "because youth is
wasted on the young", que es algo que dijo quizá uno de esos irlandeses de
los que decían cosas, quién sabe si Wilde o Bernard Show: a mí me lo apuntó
David con un bolígrafo azul en la tarjeta de visita del restaurante. Era mayo,
otro mayo más de palabras, mexicanos y cerveza.
De entre el inexorable
desorden de mi mesa de trabajo, entre calendarios y multas, una pegatina de
Batman, el teléfono de radiotaxi y una foto de mi padre, sobrevive a la compulsión
de las repentinas limpiezas aquella tarjeta garabateada por la atormentada
caligrafía de mi amigo.
La miro y no
regreso tanto a Nueva York como al Madrid difuso y melancólico de nuestra
adolescencia.
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