Para todos a los que os debo mi catalanofilia, que es una palabra muy fea que significa algo molt macu.
NI IDEA DE NADA, oquei. Ahora bien: con lo patológicamente insensible que soy para este tipo de pasiones (y lo prudentemente ajeno a sus batallas), pienso que esta crisis, y sin apenas darme cuenta, me ha removido un poco las entrañas, que es un modo metafórico de hablar de la tristeza.
Y no sé exactamente por qué, pero sospecho que una parte de culpa la tiene lo mucho que me gusta lo poquito que he vivido Cataluña (esos lugares a los que uno no va, sino en los que uno es, y está), lo mucho que admiro y quiero a algunos amigos que, Y QUÉ COÑO IMPORTA, son de allí (iba a decir algo así como que los amigos de uno no forman parte de un espacio geopolítico, sino de la propia identidad, de esa constelación de afectos y narraciones que dibujan la propia biografía), la de abrazos y derrotas de las que fueron testigos.
Y lo de pensar en la cotidianidad de ese desgarro al que, quieran o no, andan expuestos, en ese jaleo de noticias y conversaciones, rifirrafes familiares, esa nube de crispación y cansancio, esa MOVIDA..., y con todo lo cínico que soy para cualquier cosa, ojo... me pone, en algún sitio que no detecto ni sé cómo esquivar... algo tristón.
"Ya, pero es que nosequé", dirán algunos. Algunos dicen cualquier cosa, pero no voy por ahí, voy a lo de que uno, que aunque ni por asomo sea capaz de confundir personas con lugares, ni le da demasiado crédito al discurso de la distinción y la pertenencia, intuye que ahora al castell de Montjuïc le ha crecido una almena, que el sol que atraviesa los árboles de la Diagonal, esquina Pau Claris, brilla un poquito más despacio, que en la sala Luz de Gas hay algún aplauso dividido. Ese tipo de mierdas.
Ojalá pase pronto esta deriva y nos encontremos todos en ese verso de Luis García Montero: "vivir es ir doblando las banderas".