Junto con ir en tren a Almería o madrugar, escuchar a alguien convenciendo a otro alguien de por qué un chiste es gracioso es una de las experiencias más desagradables que he experimentado en mi vida. No me imagino cómo debe de ser madrugar para coger un tren a Almería e ir sentado con uno de estos psicópatas, estos marisabidillos de la comedia que sienten la obligación de enseñarte qué es lo que te hace gracia, y por qué. Una de las libertades más saludables es la de reír precisamente con aquello que te hace gracia y, de igual modo, no reír con todo lo que, por lo que sea, no lo ves gracioso. ¿En serio no te hace gracia esto? Pues mira: no. Déjame en paz.
Dicho esto, y a propósito del chiste sobre gitanos del monólogo de Rober Bodegas (en justicia habría que matizar: no era un chiste, eran varios seguidos, un bloque humorístico temático, estructurado de principio a fin), y después de hacer leído un montón de cosas de mucha gente opinando sobre el tema, hay algo que me ha llamado la atención porque se decía sin más, como de pasada, como si fueran las patatas fritas que acompañan al solomillo de la polémica (escribo esto a la hora de comer), y es lo de que "el chiste era muy malo". ¿Por qué dice la gente que el chiste era malo, e incluso MUY malo?, me pregunto. Es decir, ¿qué criterio emplean para saltar del gusto personal por el chiste (me hace gracia o no) a una afirmación categórica sobre su calidad estética (es bueno, malo, regular) o moral (hace bien, hace mal)?
De primeras, he pensado que a lo mejor lo que les chirría es el tema: los gitanos. ¿Cómo va a ser bueno un chiste sobre gitanos? Los chistes buenos tienen temas molones. Woody Allen bromea con Schopenhauer, con la caverna de Platón, menciona muchas veces a Sófocles y a gente de esa cuyo apellido lleva tilde: eso es calidad. Les Luthiers basan todos sus espectáculos en un ingenio léxico abrumador, trufado por un constante y apabullante dominio de toda esa movida de la música clásica, los grandes compositores, las diferentes piezas musicales, sin caer en la zafiedad del taco y la bajeza: eso es calidad. Un chiste sobre gitanos, al contrario, no, porque es un tema lateral, bajo, lleno de estigmas y clichés. Hay un cierto racismo, por cierto, en considerar que no se puede bromear con los gitanos porque es algo así como considerar que "son peores", y, una vez asumido esto, con eso no se puede bromear y que la broma sea buena, porque la comedia es elevada. ¿Para que una obra sea "buena" tiene que tratar asuntos molones? ¿Para que un poema (que es la más compleja y elevada expresión artística por medio del lenguaje) sea bueno, tiene que abordar temas como el amor, el tiempo, el dolor y la muerte? Eso significa que el poema que Machado dedica a las moscas es malo? Antonio, tío, qué poema más malo, le dirían. Cíñete a los olmos y a las fuentes, deja en paz a las moscas, que no somos pocos los que somos incapaces de encontrar la búsqueda de lo inefable a partir de lo minúsculo, de lo lateral, de lo prosaico. A nosotros háblanos con palabras altisonantes, olvida eso que llamas "lenguaje ómnibus" (el lenguaje que llega a cada rincón) porque, por ese camino, tus poemas van a terminar cantados por Serrat. Decir que la comedia no puede referirse a los peores (no en un sentido moral, ya digo, sino estético) significa olvidar la definición que da Aristóteles de la comedia en su Poética: «la imitación de los peores». No digo que Aristóteles tuviera puta idea de stand-up, pero no hagamos ahora como que el tío no solía dar en el clavo.
Si no es el tema, a lo mejor lo que les molestaba era la intención: no mola ver a un cómico burlarse de los gitanos. Y con esto, amigos, no solo estoy muy de acuerdo, sino que, hasta donde conozco a Rober Bodegas, me juego el cuello a que él también. ¿Entonces cuál es el problema? Pues más de lo mismo, oiga: eso de confundir bromas con burlas, churras con merinas. Al fin y al cabo es un contexto de esos de risas, ¿qué coño más da? ¿No hay jugadores, una pelota redonda y una red? ¿Quién diablos distingue el baloncesto del voley? Tampoco hay que ser un gourmet del humor para entender que toda burla implica una pretendida voluntad por ridiculizar a alguien, mientras que la broma se instala en un territorio mucho menos personal, habita el terreno de las ideas, de los conceptos y, sobre todo (y en esto estamos con Huizinga), del juego. La comedia es un juego de significantes (Piedrahita) y significados (Luis Álvaro), de interlocutores (Miguel Lago) y referentes (Ignatius), de códigos (Les Luthiers), canales (David Guapo) y contextos (Monty Phyton), uno de los mecanismo que el homo ludens necesita para inteligir, para pensar la realidad, de una manera asimilable. Todo ese bloque de los gitanos, lejos de ser una burla hacia ellos, es un malabar a partir de unos presupuestos sociológicos (los clichés asumidos por el receptor, el hecho de no poder bromear con eso) con los que construir toda la orfebrería del chiste (las herramientas del cómico para poder "decir lo indecible", que es una de las reglas del juego de la comedia de stand-up), para presentar digna batalla al miedo (el miedo al tabú, el miedo a que no se rían, el miedo al tema en sí) a través de una comunión (una comunicación), un hermanamiento, que es el de la risa. Ojalá en ese vídeo hubiera habido un grupo notable y representativo del pueblo gitano, y ojalá se hubieran descojonado con el bloque y ojalá, al terminar la actuación, todos se hubieran ido juntos a tomar cervezas y a obviar toda esa ristra de tabúes retrógrados en el abrazo de una risa común. Porque la risa parece una tontería pero ¿qué pensáis que dicen los neurólogos que pasa cuando te ríes con alguien? Igual que el cuerpo desnudo da menos vergüenza después de follar, la miseria de uno deja de ser miseria cuando tienes con quién reírla.
Pero a lo mejor lo de que era un chiste malo lo dicen por lo de adoptar clichés o, por así decir, ir a lo fácil. Quien diga eso es evidente que no sabe que la comedia funciona precisamente cuando se rompe la expectativa del discurso, y no ha caído en que, para que haya una expectativa, todo el mundo tiene que saber de qué se está hablando, asumir el referente. Si un cómico hace bromas sobre el honor como criterio estructural del Poema de Mío Cid, probablemente el público mayoritario, como no suele tener un doctorado en Literatura Medieval, no compartirá el referente y no podrá entender la ruptura de esas expectativas. Esta es la razón por la que la mayoría de los chistes y muchísimos bloques de cómicos, en cualquier idioma, suelen partir siempre de algún cliché. Los chistes de Bodegas tienen presente el cliché porque el público tiene presente el cliché (por eso es un cliché), y negar esa información sería ineficaz, torpe y, lo que es más grave en un cómico, aburrido. El cómico asume los clichés para, desde ahí, proponer un discurso nuevo, inesperado, gracioso: «Ramoncín ha conseguido dividir al público en dos: los que piensan que Ramoncín es gilipollas (cliché) y Ramoncín (ruptura de expectativa)» (Luis Álvaro). Da igual la opinión de Luis Álvaro sobre Ramoncín, su materia prima es la opinión generalizada, igual que el retrato de la miseria que ofrece Galdós en algunas de sus novelas no es su opinión, sino el retrato que presenta de lo que hay («La literatura es un espejo calle abajo», decía Stendhal), la base sobre la que construye la fantasía de su ficción (Misericordia).
No descarto que a lo mejor alguien consideró que todos esos chistes eran fáciles de hacer, en el sentido material, estructural, lingüístico. Sin duda quien opine así solo ha podido mirar los chistes muy de pasada porque el taller retórico que hay detrás no solo es original por infrecuente (planteamiento, estructura), sino que además funciona como la minuciosa relojería que esconden algunos de los mejores chistes. Para empezar, y como suele ocurrir cada vez más en los espectáculos de stand-up, el cómico presenta el tema tomando una serie de precauciones (este es un tema con el que no se puede bromear en la tele, tal) y plantea una tesis: nos han pedido que no hagamos bromas con ellos y lo estamos cumpliendo, nosotros les hemos pedido que se adapten a nuestra normas sociales y supongo que ellos necesitan tiempo, dice. Es decir: la tesis de su discurso es que una parte importante de la sociedad gitana no se adapta a las restricciones propias de la sociedad en la que viven. Esto es un cliché, claro, porque es lo que la inmensa mayoría de la sociedad, cada cual con sus vivencias o influidos por el pensamiento general, piensa. La gente no se ríe por el hecho de que lo señale, ni de los gitanos, sino del modo en el que lo dice, usando la expresión "necesitan tiempo", que no es la habitual para referirse a costumbres de un pueblo, sino a comportamientos personales, relaciones de pareja, paternofiliales, etc. Su primera broma, efectivamente, parte del cliché, pero lo rompe fraseológicamente, nos salpica con una construcción lingüística inesperada, que es lo que los espectadores ríen. Lo que viene después lo ha analizado con solvencia Andrés Barba en su artículo para El País (No disparen al cómico) que es lo del chiste del no-chiste: Bodegas, literalmente, no hace "bromas de gitanos", sino de "payos", es decir, ironiza a través de la elipsis, es decir, deja que la broma se fragüe en la cabeza del espectador, no en sus palabras, y además lo actúa por medio de esas pausas salvajes, eternas en comedia, para que todo el mundo llegue por sí mismo. ¿Hacer bromas por medio de la elipsis es fácil? Desde luego que no, porque es una carambola complicada, el público tiene que entender muchas cosas a la vez, y además en un contexto ("bromas de gitanos") donde, socialmente, ya de por sí el tema es censurable. Los dos primeros chistes, contados en formato chiste ("Esto es un payo..."), de un modo casi naif, sin palabrotas, atendiendo esquemáticamente a los clichés más notables (el coche, el polígono) son la antesala del remate final en el que el tono y el tema cambian de manera dramática. Viniendo, como venimos, de esa zona amable (en el sentido de que no provoca controversia al espectador que asume que solo se está ironizando con un cliché, no hay mala fe, no hay burla, desprecio, racismo, etc.) y superficial de los dos primeros chistes, nos encontramos abruptamente con la difícil imagen del pañuelo y la vagina (para ganar eficacia, impacto, utiliza la palabra 'coño'), salpimentada con lo de casarse con alguien que tenga más de trece años. Es decir: toda la retórica del chiste juega a favor de que ese momento sea mucho más impactante que si, por ejemplo, fuese el único chiste, o lo comentara al principio, o lo rebajase del mismo modo que rebajó lo de "ellos necesitan tiempo". Te puede no gustar, puedes no reconocerle al humor cierta epistemología (cierta búsqueda de la verdad) a través de la risa, puedes pensar que es una tradición respetable y que las niñas de trece años gozan de la independencia emocional y del libre albedrío para elegir con quién casarse, pero, a la luz de su retórica, no se puede negar que la construcción de este bloque tiene no poca complejidad.
He llegado a pensar que cuando la gente dice que este chiste es malo lo hacen desde la voluntad de no dar tregua al propio racismo (es cosa natural de los seres vivos temer lo diferente, es una estrategia evolutiva), porque el racismo es una costra de óxido que no deja brillar nuestra flamante humanidad civilizada. La corrección política, como bien observa Slavoj Zizek, va precisamente de esto: de ocultar nuestra oscuridad a los demás, en lugar de enfrentarse a ella, en lugar de solucionarla. Sería algo así como pensar que el modo de que desaparezca el cáncer es tan sencillo como eliminar la palabra del diccionario. Porque el tema del chiste, hablemos claro, es el racismo: hay racismo, y el cómico, que es un loco y un borracho, lo señala. Y hay chistes que da miedo reír por cuanto implican. En ese sentido, entiendo que es mucho más sencillo acusar a un cómico de racismo que descubrir que, en nuestras risas (no las públicas, sino las de verdad, la íntima cosquilla que acaricia nuestra inteligencia, la secreta euforia de descubrir que, como diría Aristóteles, nosotros somos esos "peores" de los que habla la comedia) está el reconocimiento de una fractura social en la que el chiste no es una burla sino una radiografía.
En 1970 estrenó Buero Vallejo El sueño de la razón, y la censura franquista, por lo general imbécil, no entendió la elipsis: aquel Fernando VII déspota y ridículo no podría ser la imagen ficcional del general Franco. Los ofendidos del monólogo de Bodegas han llegado mucho más allá que los censores del otoño de la dictadura, pero no tanto como para perderle el miedo a descubrirse algo más frágiles, contradictorios e imperfectos... que lo que uno piensa de sí.
A los idiotas nos gusta pensar que molaría ahora que un grupo significativo de gitanos saliera a vociferar que ese gordo gallego que va peinado como un empollón de colegio les ha dado la dignidad de ser motivo de un chiste (que te puede gustar mucho, poco o nada, pero ¿que era malo?) y que en su risa está esa civilización que no tiene miedo a mirar cara a cara al racismo y desmontarlo a golpe de carcajada.
No de otra cosa, sino de esto es de lo que va toda esa mierda de la comedia.