El plagio: ese tema. Fácil obsesión donde se mezclan intertextualidad y vanidad, y algún hijo de puta.
La historia de la literatura abunda en plagios. No, la Historia de la Literatura. Las artes, en general, siempre tan expuestas, siempre tan alegres.
He sido plagiado. Alguna vez, no muchas: no molo tanto. Pero he sido. Lo puedo decir alto, esdrújulo, pedante: he bebido del amargo brebaje (redundancia) del hurto (¿hurto?) intelectual (vengaaa…), me han incendiado el ánimo, he sido muerto. He querido coger un extintor y golpear a un ser humano más grande y menos grande que yo, un extintor rojo y pesado, así: pim, pam. Que las palabras se quedan cortas para decir todo lo que siento y que mi chiste es lo más bonito del firmamento. Vivir. Odiar. Ya pasó. Ea. Ea.
Las descansadas artes del plagio (Borges), esa manera de reptar por los peldaños del éxito. Ese pisoteo. Infame turba de nocturnas aves (Góngora), hemos vivido hasta acabar traidores (Piera), esto ya no es amar sino caer (Rosales), y mi palabra es putada (Full metal jacket).