Pero a veces sí, a veces llegas y alguien se ocupa de ti, y del sonido, y de las luces, y de si necesitas agua, y de que te sientas cómodo en esa obligada y solitaria espera (minutos, horas, vaya usted a saber), para la que, sin duda, Dios creó Twitter. Y vio que era bueno. Y le hizo FAV.
Lo que no suele haber jamás es camerino.
Tan es así, que cuando lo hay uno no puede evitar hacerle una foto. Porque puedes actuar delante de trescientos, de quinientos, de mil ochocientos, pero ¿un camerino? ¿Y el humidificador?
Los camerinos son feos. Y fríos. Si tienen calefacción, está apagada. Si es verano, no tienen aire acondicionado. Si tiene perchero, faltan perchas. Y bombillas, en el espejo: las que no están fundidas. A veces alguien olvidó una diadema, un jirón de tela, el papel de escaleta. La ducha no funciona. Hay eco, o reverberación, o lo que sea. En el camerino.
Y ahí está el cómico de banquillo, el que sí, que bien, pero barato, haciéndose unas fotos con su camerino. Sonriendo, para la foto. Tiritando. Frotándose las manos entre cada tuit. Nervioso ya, y con ganas de salir, no tanto para actuar como para entrar en calor, para torrarse bajo los vatios de cada foco. Con las manos en los bolsillos, paseando en círculos mientras le dicen "quince minutos". Quince fríos minutos que nunca son quince, que luego "ya se sabe cómo son estas cosas".
El camerino frío, vulgarizado por tu horrendo equipaje de cómico que no sabe de camerinos, la mesa vacía en la que no hacer nada: ¿me pongo corbata?
"Cinco minutos", se escucha al otro lado del congelador. La temperatura ya ha gangrenado algunos de tus mejores chistes, y te empiezas a plantear si debes amputar un bloque. Porque el frío te recuerda lo de que habitas un escenario deshabitado, lo de que sólo eres un donnadie, lo de que cada nueva actuación es una oportunidad para dejarlo.
"¿Estás preparado?", preguntan, pero no lo preguntan en serio, es sólo cortesía. ¿Te imaginas? "No estoy preparado: dile a todos que vengan mañana, y ya veremos". Y es que en realidad no estás preparado porque nunca lo has estado, y menos en ese camerino que no es tuyo, ante ese reflejo de sombra, junto al montón de ropa de la silla.
"Estoy, estoy preparado", mientes.
Y sales ahí, con tu corbata, porque te has puesto corbata, porque crees que cuando algo te aprieta el cuello todo resulta más fácil; y tratas de disimular, durante hora y cuarto hablando solo, lo de que llevas años viviendo en camerinos, lo de que no lo haces tan mal, lo de que tienes algún que otro puntazo, y vas pasando por el texto de puntillas, vas diciendo un poco por decir, por sumar otro minuto, para que se acabe pronto, y así volver al camerino, recoger tu ropa y apagar la luz de aquel lugar que no te pertenece.