Por un lado, los hay exaltados protectores del respeto hacia ciertos temas, como la religión, la política o según qué oscuro rincón de la sexualidad. Temen que hacer comedia de ello pueda banalizarlo. Por otro lado, los que más allá de buscar la simple destrucción, quieren que el humor cumpla su destino terapéutico. La polémica está servida.
Voy notando que detrás de un cómico que trata sin pudores temas incómodos provoca un efecto catártico en el espectador que me recuerda al origen de la tragedia griega. El auditorio no queda indiferente. Jodorowski tenía razón: el arte que no cura no es arte.
De igual modo, se va viendo cómo detrás de una actitud de indignación hacia ciertos temas hay una clara búsqueda del ansiado protagonismo, una muestra irreverente del derecho a opinar a toda costa, unas carencias cognitivas desalentadas por el "miedo a lo desconocido". O la rabia lógica del que se sabe tocado; y hundido.
Toda realidad es susceptible del zarpazo, a veces mortal, de la comedia. Cualquier principio, vivencia o reflexión está expuesta al irreverente y corrosivo elixir de la mofa. De todo puede uno partirse el culo.
Y quien se pica, ajos come.