Debajo de mi casa han abierto un bar, y lo han llamado "El intolerante". Para el rótulo han optado por una tipografía sencilla, en caja alta, con letras negras sobre fondo gris.
A través de las cristaleras vemos que es un local de aspecto normal: una barra, varios taburetes, sillas sin apoyabrazos y mesas con servilletero. El baño, al fondo a la derecha, junto a la máquina de tabaco, debajo de la tele. "El intolerante" es el típico bar.
La clientela es de lo más variada: expertos en política internacional, catedráticos de fútbol, policías de la moral, atalayas vivas de la ética kantiana. La barra es un auténtico jardín de heterodoxia en el que todos han leído el Quijote, conocen al milímetro la Historia de Occidente, dominan la gramática de su lengua mejor que cualquier académico (o incluso todos), y saben a quién votar.
Todo el mundo es siempre bienvenido para vaciar unas jarras de cerveza y despreciar a los demás, para enarbolar banderas excluyentes y blandir el tenedor de postre de la certeza, para acumular motivos para el odio entre aceituna y aceituna. Puede entrar cualquiera, desde el ingenioso progre que solo acepta las ideas afines a las suyas hasta el banderillero rancio que se adhiere a causas que no comprende del todo con la pretensión de no sentirse solo; desde el barbilampiño fachilla de garrafón que habla dando voces porque sospecha que su entorno ha dejado de escucharle hasta el desgreñado modernísimo que necesita escupir las cuatro ideas que ha entendido de la contraportada de un ensayo de Lipovetsky.
Puede uno decir lo que le venga en gana en el bar "El intolerante". Tergiversar las causas, simplificar las razones, opinar sobre todo aquello que no conoce en profundidad, aleccionar al personal, insultar sin motivo, hablar de cualquier cosa como si las ideas te las susurrase Dios al oído, ser condescendiente, inventarse un poquito las cosas, emplear expresiones grandilocuentes y desbordantes como 'democracia', 'estado de derecho', 'legislación', 'corrupción', 'libertad', y, entre tapa y tapa, revelar a los demás la verdad absoluta.
Lo único que no se permite es escuchar a los demás. El diálogo prudente y generoso está muy perseguido.
"El intolerante" está de moda, y todo el mundo está invitado. Visite nuestro bar.
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