En ocasiones, la vigencia de los clásicos se pone en entredicho o, lo que es peor, la inmensa obra de un minucioso creador queda reducida a una idea memorable, una cita literaria, un cuadro famoso.
Y es que hay cosas que, con el tiempo, suenan a viejo; huelen a viejo; son viejas. Ideas que se apagan en el fluir de los días, agotándose, ahogándose en las aguas oscuras del Olvido.
Al limbo de los clásicos pertenece Homero: tal vez el nombre de alguien que nunca existió.
A él le debemos la Ilíada, que es una historia vieja, la de una ciudad sitiada por el pueblo enemigo, la del choque entre dos civilizaciones: Oriente y Occidente; el antiguo conflicto entre Europa y Asia, que viene a ser una primera versión de lo que después fueron las guerras médicas, las alejandrinas, las pompeyanas, las cesáreas, las bizantinas, las cruzadas, los odios de la raza y la oposición de intereses, el 11-S y lo que vendrá.
Cuando lo antiguo y lo moderno se pueden conjugar en una misma obra, sin duda nos encontramos ante un clásico.
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