Aún con vida, uno no se acostumbra a estar en un cementerio. Sea a lo que sea a lo que uno va, siempre termina enredado en reflexiones inoportunas o chismes de cuchicheo. Más chismes todavía en ese bosque de lápidas verticales, con las flores secas y los números de las fechas, como en un sudoku existencial.
Tienen los cementerio ese aire provinciano, balanceándose en el abismo entre la dignidad y la decadencia, entre la seriedad y la guasa. Porque la vida llama a la vida, y no tolera el rigor de los finales, y se hace comandita en el reír, que no significa que no te de pena, sino que te acojona porque no lo entiendes.
La vida llama a la vida, ya digo, y la muerte llama a la vida también, y nos convoca a hacer el ridículo persiguiendo exclusivamente lo único que nos importa en este mundo: la felicidad.
Mientras tando, aquí van seis versos de Carlos Murciano:
"Alguien que nadie ha visto, con una sucia tiza,
pintó el mar de tristeza, la tierra de ceniza,
y en el cielo las cruces del buitre y el milano.
Y ahora, cuando implacable la noche está cayendo,
para seguir viviendo, para seguir muriendo,
tengo yo que ir borrando lo que pintó su mano."
[Carlos Murciano, Oscuro de luna, 2004.]
Un besazo de compañía de una expatriada en Málaga...cuídate tontuelo
ResponderEliminarÁnimo Dani, sigue escribiendo, es un placer leerte.
ResponderEliminarAquí una humilde seguidora que espera que seas feliz.
Un beso y un fuerte abrazo,
Paz