Estamos y somos en octubre. Bautizados -o arañados- por las primeras lluvias de los últimos días de este año que se me antoja lejano y prescindible. Somos octubre, somos el lunes que bosteza, el martes de todavías, el miércoles de quizá. El trepidante fin de semana que aterriza en jueves, porque aterriza en jueves, y se van juntando sus horas, apelmazando, como las hojas en la calle que nadie podría juntar nunca del todo.
Octubre se deshace como el hielo que llora de frío; se hace noviembre, se anoviembra y se tuerce y se desgasta, como un plumín, como una tiza, como un viejo chiste que antes fue gracioso.
Octubre se deshace como el hielo que llora de frío; se hace noviembre, se anoviembra y se tuerce y se desgasta, como un plumín, como una tiza, como un viejo chiste que antes fue gracioso.
Como cualquier octubre por el que ya pasé; como tantos octubres que todavía esperan.
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